martes, 3 de marzo de 2009

Relatos del reservista Manuel Gonzales Prada

En 1880, cuando se organizó la Reserva, fui nombrado capitán de un compañía en el batallón numero 50 perteneciente a la novena división mandada por Bartolomé Figari .Mi coronel era don Federico Bresani, hombre de negocios como el señor Figari (2) Bajo la Dictadura de 1879, los paisanos ejercían las funciones reservadas a los militares (3) .
Dos o tres veces por semana, los oficiales del 50 recibíamos instrucción militar .Un profesional nos enseñaba la Táctica del Marqués del Duero, o, mejor dicho, la aprendía con nosotros. Diariamente, nuestra división practicaba ejercicio en la Alameda de los Descalzos y en el camino a la huerta del Altillo. A las tres de la tarde sonaban algunos campanazos en la Catedral, y toda la reserva se ponía su en movimiento .En las ventanas y balcones se instalaban las mujeres para ver desfilar a los reservistas, y los reservistas desfilaban con aire marcial y conquistador. Los uniformes azules con visos blancos y las espadas con puño de metal amarillo pasaban en triunfo, bajo la mirada y la sonrisa de las mujeres.
Yo, que nunca pude tomar a lo serio los entorchados y que nunca pude medir la distancia del uniforme a la librea, iba cubierto de un sobretodo gris (4)

A los pocos meses de ejercicio, nuestros cachimbos practicaban satisfactoriamente las evoluciones de Batallón: hombres despiertos, dóciles y de buena voluntad, no cometieron ninguna insubordinación ni el más leve acto represible. Cundía en la Reserva el deseo de de rivalizar con la tropa de Línea
, desacreditada por las derrotas de San Francisco y Tacna.
Como una sola vez hicimos ejercicio de fuego, la mayor parte de los soldados ignoraba o no conocía muy bien el manejo del rifle .El fogueo se verifico en la pampa de Amancaes , donde se consumió más sándwiches y licores que pólvora y plomo(5) .

Oficiales y soldados fuimos muy exactos en asistir al ejercicio mientras parecía dudoso el ataque a la ciudad; pero desde el día que los invasores desembarcaron en Pisco, el animoso entusiasmo de los reservistas empezó a decaer y siguió decayendo hasta exagerar en un amilamiento indecoroso.
Abundaban los rostros pálidos y las voces temblorosas .Las primeras en amila -narse fueron las personas decentes: Ellas con sus figuras patibularias y sus comentarios fúnebres sembraron el desaliento en el ánimo de las clases populares. Difundido el miedo y perdida la vergüenza , los hombres se guarnecían en las legaciones , en los conventos y en las propias casas .Hubo necesidad de traerles por la fuerza , un día , arrogándome facultades supremas , ordene a un sargento que al mando de una comisión del 50 y sin respetar domicilios ni guardar consideraciones de ninguna especie , “recogiese a la gente”,
Fuera o no fuera de nuestro batallón. El sargento – don Manuel José Ramos y Larrea _ logro traer muchos ; pero no a todos .Regreso narrando cosas inauditas: algunos , al saber la llegada de los comisionados, se fingían enfermos y apresuradamente , sin haber tenido tiempo de de quitársela ropa , se metían en la


Cama; hubo quien, vestido de mujer se dolía de las muelas y con un barboquejo trataba de esconder mostachos y barbas.
Las esposas , las madres y las hijas se mostraban heroicas en la defensa de sus esposos ,, de sus hijos y de sus padres .Insultaban a los comisionado, les amenazaban y aun les acometían :en una de las rafles el sargento recibió tremendo escobazo .
Algunos años después , Ramos y yo nos reíamos al recordar el chichón levantado en la cabeza por el palo de escoba .Mas no todas las hembras carecieron de virilidad espartana :una mujer del pueblo extrajo del escondite a su hombre o marido y le entrego diciendo _¡Llévense a este maricon¡.
Con la deserción, no solo de los soldados sino de oficiales, los tres batallones de la novena división quedaron reducidos a uno, y yo di el asalto de capitán a teniente Coronel y segundo jefe del 50.
Si la batalla de San Juan de hubiera librado en junio, yo habría concluido por ascender a general de Brigada o jefe del estado mayor. Afines de diciembre, los restos de la novena división recibieron orden de acuartelarse en el convento de San Francisco; más no lo efectué yo porque al intentarlo me dijeron que otra persona había sido nombrada en mi lugar.
Algunos días después estuve indeciso, no sabiendo qué resolución tomar, cuando recibí orden verbal de constituirme en la batería del Pino, como jefe de la guarnición. Mi coronel había creído prestar mejores servicios alistándose en la Cruz Roja. Muchos pensaron lo mismo.

II


El cerro del Pino está situado a unos dos kilómetros al sur de Lima .Mandaba la batería el capitán de navío Hipólito Cáceres La guarnición sumaba unos ciento cincuenta o doscientos hombres pertenecientes a la Reserva, quiere decir, a los batallones enrarecidos y quedados de cuatro: formaba un curioso abigarramiento de, donde capitanes y mayores habían descendido al rango de soldados. A la guarnición de reservistas se agregaban unos cuantos oficiales de marina y algunos marineros destinados al servicio de los cañones. No faltaban militares de toda graduación: hasta dos o tres coroneles. De estos , unos dormían en el Pino , otro se iban al cerrar la noche .Ignoro para qué vinieron ni quien les mando.
El Pino contaba con cuatro piezas Vavasseur que habían pertenecido a la corbeta Unión y dos cañones de montaña.





III

Al amanecer del 13 de enero un cañoneo lejano me anuncio la batalla .Veía fogonazos, oía descargas de rifle, sin darme cuenta precisa del combate .Los chilenos atacaban por la izquierda .nada más podía percibirse.
Aclarado el día , disminuyo el cañoneo , más las descargas de fusil me parecieron aumentar y extenderse en dirección a Chorrillos .Note que por nuestra derecha , en el morro Solar , se combatía.
¿Qué había pasado? Alas nueve o diez de la mañana me convencí de nuestra derrota. .Por las inmediaciones del Pino huían soldados dispersos en dirección a Lima. Decidimos detenerlos y engrosar la guarnición de nuestra batería .Varias comisiones salieron a cumplir la orden , más hubo necesidad de suspenderlas para evitar una serie de luchas armadas. Los dispersos acabaron por defenderse a tiros. Habría convenido ametrallarles desde los fuertes .Los persas tenían razón de poner a retaguardia a sus ejércitos grandes masas de caballería para detener , chicotear y empujar a los fugitivos.
Los pocos dispersos recogidos y llevados al Pino ofrecían un aspecto lamentable .Algunos de los pobres indios de sierra (morochucos, según dijeron) llevaban riles nuevos sin estrenar; pero a tal modo ignoraban su manejo pretendían meter la cápsula por la boca del arma (6) . Un coronel de ejercito se lanzo a prodigarles mojicones, tratándolos de imbéciles y cobardes .Le manifesté que esos infelices merecían compasión en lugar de golpes .No escucho y quiso seguir castigándoles.
-Si pone usted las manos en otro soldado le dije, tendrá usted que habérselas conmigo.
-Soy, me contesto, un coronel de ejército y usted un cachimbo.
-Si fuera usted un militar de honor, le repliqué no se hallaría en la Reserva , sino batiéndose con la tropa de línea .
Refunfuñando me volteo la espalda .Con momentos después nos viéramos la cara a cara, me dijo, poniéndome la mano en el hombro:-Amigo , no hay que sulfurarse…(7)
Nuestros cañones hicieron seis u ocho disparos: uno cayó en un pelotón de caballería chilena otro en una batería instalada e un montículo. Poseía yo un buen anteojo, y habiéndome colocado tras la pieza, podía seguir la trayectoria del proyectil. Si no recuerdo mal dirigía los disparos el marino don Manuel Elías Bonnemaison (8) . Cuando sentíamos más deseo de seguir bombardeando al enemigo, recibimos orden de suspender los fuegos. Pase la mayor noche sin dormir .Ni del campo ni de la ciudad venia el menor ruido: sobre la carnicería desplegada la serenidad imperturbable del firmamento. En medio de un silencio trágico , observaba yo con mi anteojo el lejano incendio de Chorrillos ; la belleza de las enormes llamaradas sanguinolientas me hacían olvidar el origen del fuego. De vez en cuando unos polvorazos y explosiones subían más arriba de las llamas , iluminando el horizonte .Fatigado de rondar me había sentado en una gran piedra y empezaba a dormir cuando sentí en la mano el roce de algo húmedo y frio .era el hocico de un perro ¿de donde venia ese animal? (9)(10)(11).


El 15, nos hallábamos reunidos los oficiales cuando una descarga de fusilería nos anuncio el ataque de los chilenos a los reductos de Miraflores. Algunos oficiales, cogidos por el pánico, huyeron a todo escape, bajando el cerro con una agilidad de galgo
.Quise ordenar que hiciese fuego, más el jefe más fuerte lo impidió:
-Deje usted que los cobardes se vayan, me dijo.(12).

Era de día de un sol magnifico, veo las tropas chilenas embistiendo los reductos , retrocediendo y volviendo a embestir , por tres o cuatro veces .Diviso aun los reflejos de espadas blandidas por oficiales para detener y empujar a los soldados. Mas de un momento figure que los enemigos huían en completa derrota; pero desgraciadamente observe que el ultimo reducto de nuestra derecha era había sido flanqueado y que algunos batallones de la Reserva eran palomeados en el la fuga (13).
Al llegar la noche, todos se habían abandonado el Pino, así la tropa como oficiales, El jefe, antes de seguir el éxodo general, nos encargo a don Eduardo Lavergne y a mi que inutilizáramos los cañones.
Sólo quedamos en el fuerte, Lavergne, don José Cedrian , un hijo de Bolognesi ( Federico) y yo. De cuando en cuando sentíamos ruidos que se acercaban a nosotros y se hacían más sensibles en la falda del cerro.
-Quien va , preguntábamos.
-Batallón número tal de reserva nos respondían.
-Completo?
-Completo.
A las dos de la mañana destruimos los cañones, valiéndonos de dinamita. Nos encaminamos a Lima: nada había que hacer en el fuerte.
Entramos cinco, pues nos había juntado don Manuel Patiño Zamudio después de batirse en un reducto. Al atravesar la población corrimos algún peligro: dos o tres veces nos hicieron fuego .Ignoro si la guardia urbana, por creernos malhechores, o algunos dispersos por simple mala fe o la pesada broma de asustarnos.
No respondimos .Yo iba perfectamente armado con mi espada, mi revolver y mi Winchester de quince tiros, para igualarme con Tartarin de Tarascon no me faltaba…(14)
No vi los saqueos de los chinos, y pienso que los autores no fueron reservistas de Miraflores quienes pocas horas antes había visto desfilar disciplinados y con sus efectivos completos. Saquearon los emboscados, los que no salieron a combatir.
Concluiré con un incidente personal .Me encerré y no Salí de mi casa a la calle mientras los chilenos ocupaban Lima (15).Cuando supe que la habían abandonado, quise dar una vuelta por la ciudad .Pues a unos cincuenta metros de casa encontré a un oficial chileno: había sido mi condiscípulo, mi mejor amigo en el colegio de Valparaíso. Al verme, iluminó su cara y se dirigió hacia mi con intención de estrecharme. Yo seguí mi camino como si no le hubiera reconocido (16) (17).